Thursday, May 09, 2019

romana

A los diecisiete años era yo una verdadera belleza. Tenia el rostro de un óvalo perfecto, estrecho en las sienes y un poco ancho abajo, los ojos largos, grandes y dulces, la nariz derecha en una sola linea con la frente, la boca grande, con los labios bellos, rojos y carnosos y, si me reia, mostraba dientes regulares y muy blancos. Mi madre decia que parecía una Virgen. Yo me dí cuenta de que me parecía a una actrIz de cine por entonces en boga, y comencé a peinarme como ella. Mi madre decía que si mi cara era hermosa cien veces más hermoso era mi cuerpo; un cuerpo como el mío, decía, no se encontraba con facilidad. Entonces no me preocupaba de mi cuerpo, me parecía que la belleza estuviese
toda en la cara, pero hoy puedo decir que mi madre tenía razón. Tenía las piernas derechas y fuertes, los flancos redondos, la espalda larga, estrecha en la cintura y ancha en los hombros; el vientre, como lo he tenido siempre, un poco grande, con el ombligo que casi no se veia, tan hundido estaba en la carne; pero mi madre decía que esta era una belleza más porque
el vientre debe ser prominente y no liso como hoy se usa. También el pecho lo tenía robusto, pero firme y alto, manteniéndose erguído sin necesidad de sostén; y también de mi pecho, cuando me lamentaba de que fuese demasiado grande, mi madre me decía que era una verdadera hermosura, y que el pecho de las mujeres, hoy en dia, no valian nada. Desnuda, como mas tarde hube de notar, era grande y llena, formada como una estatua; pero vestida parecía por el contrario una chiquita menuda, y nadie hubiera podido pensar que estuviera hecha de aquel modo.
Esto dependía, como me dijo el pintor para quien comence a posar, de la proporción de las partes. Fue mi madre quien me encontró aquel pintor. Antes de casarse y de trabajar de costurera haciendo camisas, había sido modelo; últimamente un pintor le había dado a hacer camisas y ella, acordándose de su antiguo oficio, le había propuesto que me hiciera posar. La primera vez que fuí al pintor mi madre quiso acompañarme, si bien aclaró que muy bien podia ir sola. Sentiría verguenza, no tanto de tener que desnudarme ante un hombre por primera vez en mi vida, como de las cosas que preveía diría mi madre para persuadir al pintor de que me diera trabajo. Y, en efecto, tras haberme ayudado a sacarme la ropa por la cabeza y haberme hecho poner completamente

desnuda de pie en medio del estudio, mi madre comenzó acalorada, a decirle al pintor:

-Pero mire qué pecho... qué caderas... piernas... ¿Dónde encuentra un pecho, pierna caderas como estas?

Y diciendo estas cosas, me tocaba, igual que se hace con las bestias para animar a los compradores en el mercado. El pintor reía, yo me avergonzaba y, como era invierno, tenia mucho frio. Pero comprendía que no
habia malicia ninguna en mi madre y que ella estaba orgullosa de mi belleza porque me habia traido al mundo, y, si era hermosa, a ella se lo debía.

También el pintor parecía comprender estos sentimientos 
de mi madre y se reia sin malignidad, de manera afectuosa, tanto que me senti de pronto serena y, venciendo
mi timidez, me acerque de puntillas a la estufa para calentarme. Aquel pintor podia tener cuarenta años y era un
hombre gordo, de aspecto alegre y pacifico. Me sentía mirada por él sin deseo, como un objeto, y esto me tranquilizaba.
Mas tarde, cuando me conoció mejor, me trató siempre con gentileza y con respeto, no ya como a un objeto sino como a una persona. Yo senti pronto mucha simpatía por él y quizás hubiera podido enamorarme de él, por gratitud, tan sólo porque era tan gentil y tan afectuoso conmigo. Pero él no me dio confianza, tratándome siempre como pintor y no como hombre, y nuestras relaciones, durante todo el tiempo que posé para él, fueron siempre correctas y distantes, como el primer día.

 La Romana del escritor italiano Alberto Moravia se desarrolla en pleno fascismo de Mussolini y la Segunda Guerra Mundial. En un Estado policiaco con privaciones y violaciones de derechos fundamentales. El concepto equivocado sobre el bienestar de la hija, hace del amor de una madre que ambiciona lo mejor para su hija, -sin proponerselo- obra en contra, prostituyendo los valores y conceptos de la joven que, en sus planes, sólo ambicionaba casarse con el muchacho de la esquina y tener su casita en el barrio. Un universitario adinerado se enamora de Adriana, la madre celebra y alienta; el 'niño bien' incita a su pareja a incorporarse a la resistencia cívica. La policía fascista que huzmea a favor de la corrupta tirania percibe algo extraño y busca el lado debil de la soga... El desenlace de esta historia tan frecuente, es una leccion a tener en cuenta. Abuso policial, falta de garantias, el poder del dinero, la conducta de las clases sociales, mistica, lealtad y traición.

En Google La Romana se puede bajar gratis, no pierdan la oportunidad, es tremendo libro.